Rostros del sueño africano
22-10-2006 07:12:46
Rostros del sueño africano

TEXTO: MARTA MOREIRA FOTOS: ROBER SOLSONA, MIGUEL MUÑIZ

VALENCIA. Un inmigrante debería ser como un Baobab, con sus raíces (culturales) bien hundidas en la tierra y sus ramas muy extendidas (hacia la civilización de acogida). Esta reflexión alegórica, atribuida al ex presidente guineano Leopold Sedar Senghor, es compartida por muchos extranjeros que han logrado superar las tribulaciones del éxodo para hacerse un hueco profesional y social en España. Dos de ellos han compartido con ABC su historia.

El caso de Faty Dembel se cuenta entre los que han convertido su estancia en otro país en una oportunidad para progresar y aportar a la sociedad de acogida los rasgos positivos de su propia cultura. La soltura lingüística de este senegalés -que ya incluso chapurrea el valenciano-, así como su lucidez para reflexionar acerca de la situación actual de la inmigración es en sí misma una lección de superación de las que nunca ocupan los telediarios.

«Empezar de cero»

Faty llegó a España hace diez años como muchos otros jóvenes senegaleses, tocando la percusión en un grupo de música. Cuando su visado expiró a las tres semanas, «empezar de cero» era un reto al que quiso tomar el pulso. Pero como ocurre a los que llegan a las costas canarias en cayuco, pisar tierra firme es sólo el principio de una aventura para la que no les habían preparado, la de no contar con techo, trabajo ni comida. Sobre todo no tener papeles, que es lo mismo que carecer de identidad.

«Según la televisión, parece que todo el mundo en Senegal quiere venir a España, cuando no es así -aclara Faty, algo dolido-. Tampoco es verdad que la gente se muera de hambre en toda África». Lo cierto es que las motivaciones para lanzarse al mar suelen ser no encontrar trabajo cualificado y sacar provecho del cambio de divisas (un euro se multiplica en Senegal por 6,50). Pero en este drama que siembra de cadáveres los fondos marinos, obra sobre todo la falta de información, «a los que vienen nadie les dice que sin papeles no trabajas», asegura.

Su segunda decisión fue apuntarse a clases de español dos horas al día en la Cruz Roja, «porque sabía que era imprescindible».

El obstáculo del idioma le impedía conseguir trabajo y poder procurarse lo más mínimo, de modo que fue acogido por Cáritas, donde le ayudaron a conseguir sus papeles, año y medio después, gracias a un trabajo de empleado del hogar.

Su actitud despierta le llevó a encargarse posteriormente de la coordinación de las actividades culturales de la Asociación Ateneo Ruzafa de Valencia, donde adquirió experiencia para emprender, siete años después, una aventura empresarial en solitario.

Fue ése el germen de «Casa África», la academia de danza, percusión, clases de gastronomía, charlas... que ahora gestiona y dirige. Situado en Aldaia, Casa África es un pulcro edificio de cuatro plantas con una plantilla de profesores a su cargo. «Fue un proyecto muy madurado. Tenía dos alternativas, o trabajar en una fábrica, donde sería uno más, o seguir con lo que me gustaba, tener la posibilidad de vivir mejor y divulgar mi cultura. Puede que tecnológicamente Senegal esté más desfasado que España, pero culturalmente podemos hablarnos de tú».

En el extremo opuesto de España encontramos a Víctor Omgba, cuyo perfil se desmarca de los estereotipos asociados al inmigrante africano. Este camerunés de 39 años llegó a España como lo hacen la mayoría de los inmigrantes, por avión. Y como tantos otros, cuenta con una formación universitaria -es abogado- y domina varios idiomas. «En mi país, como en muchos otros africanos, no hay salida cuando acabas la universidad. Allí el trabajo no depende del mérito sino del clanismo, así que muchos emigramos por no esperar 16 años a que tenga el poder un presidente de tu etnia».

Buscó una beca en España, la patria de Lorca, Baroja y Ramón Cabanillas, a los que admiraba por su rebeldía. Una de sus razones fue que «me di cuenta de que estábamos muy atrasados. En derecho todavía estudiábamos el Código Napoleónico de 1800». Al llegar a España la supuesta beca no existía, y sin ella no podía obtener ni visado ni papeles para trabajar. Comenzaron entonces momentos «muy difíciles» que cinco años después se tornaron asfixiantes cuando la Policía le emitió un expediente de expulsión.

Síndrome de Ulises

La depresión del inmigrante, mezcla de soledad, desesperación y estrés (en muchos casos por la responsabilidad económica que adquieren con sus familias), se soslaya a menudo, a pesar de ser generalizada y tener un nombre específico: Síndrome de Ulises. «Fueron cuatro años de vida calamitosa -cuenta Víctor con apreciable acento gallego-. Acabas deambulando por ahí, pero al final, con perseverancia y un poco de suerte, encuentras luz, y puedes llegar a integrarte».

Tras escribir un libro con su historia, que fue publicado por la Editorial Galaxia, su golpe de suerte llegó cuando el director de un periódico gallego le contrató como redactor en la sección local. Omgba reconoce que el bagaje intelectual facilita la integración notablemente, aunque considera que a España todavía le interesa absorber mucha inmigración de todo tipo. «Estoy convencido de que en un plazo de diez años no habrá un sólo barrendero español, como en Francia».


Canales RSS

Copyright © ABC Periódico Electrónico S.L.U, Madrid, 2006.
Datos registrales: Inscrita en el Registro Mercantil de Madrid,
Tomo 13.070, Libro 0, Folio 81, Sección 8, Hoja M-211112, Inscripción 1ª - C.I.F.: B-81998841.
Todos los derechos reservados. ABC Periódico Electrónico S.L.U. contiene información de Diario ABC. S.L.
Copyright © Diario ABC. S.L., Madrid, 2006.
Todos los derechos reservados. Cualquier reproducción total o parcial debe contar con autorización expresa.